Algunos esperan la jubilación con ansia, para sentirse
liberados del trabajo. Otros la observan
“desde lejos”, como si no fuera a llegarles nunca. Pero a casi todos, sean
cuales sean las expectativas personales, les supone un shock emocional y un
proceso adaptativo que puede convertirse en un serio trastorno depresivo.
Cuando en muchos países del mundo se está debatiendo retrasar la edad de
jubilación para aliviar las arcas del estado de las prestaciones sociales,
amparados por la indiscutible realidad social del aumento de la longevidad, la
jubilación regresa a los foros de opinión con más fuerza que nunca.
La jubilación puede llegar a eliminar de golpe los estímulos
que son indispensables para motivarse ante la vida. Es un cambio brusco y
total, que afecta a la esfera socio-profesional y familiar de forma violenta y
que puede conducir al individuo a un estado de frustración y desmotivación, que
son fuente de profundo estrés y causa probable de una futura depresión. El
papel que desempeñábamos en la sociedad (empleado, directivo, artesano, etc.) o
la consideración social que generaba la profesión, así como la seguridad que
ofrecía su salario mensual, se vienen abajo.
La jubilación resultará más traumática en aquellas personas
en las que el trabajo era su única motivación y prioridad en la vida. Este
enfoque exclusivo proyectado en el trabajo es debido a que casi nunca se
prepara una alternativa válida para después de la jubilación. No se promueven
ni se buscan alternativas luego de laborar.
Millones de personas, a partir de los sesenta y cinco años,
se ven abocadas a la marginación social y van cayendo de forma alarmante en
conductas depresivas, cuando por el contrario podrían dedicarse, para el resto
de sus días, a otras labores extra-profesionales altamente estimulantes, como
la música, la pintura, estudios especiales y labores de cooperación,
solidaridad y auxilio social, entre otras.
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